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En todos los campos de la ciencia los alemanes han demostrado hace tiempo que valen tanto, y en muchos de ellos más, que las otras naciones civilizadas. No había más que una ciencia que no contase entre sus talentos ningún nombre alemán: la Economía Política. La razón se alcanza fácilmente. La Economía Política es el análisis teórico de la moderna sociedad burguesa y presupone, por tanto, relaciones burguesas desarrolladas, relaciones que después de las guerras de la Reforma y las guerras campesinas [2] y sobre todo después de la guerra de los Treinta años[3], no podían darse en Alemania antes de que pasasen varios siglos. La separación de Holanda deI Imperio alemán[4] apartó a Alemania del comereio mundial y redujo de antemano su desarrollo industrial a las proporciones más mezquinas. Y, mientras los alemanes se reponían tan fatigosa y lentamente de los estragos de las guerras intestinas, mientras gastaban todas sus energías cívicas, que nunca fueron demasiado grandes, en una lucha estéril contra las trabas aduaneras y las necias ordenanzas comerciales que cada príncipe en miniatura y cada barón del Reich imponía a la industria de sus súbditos; mientras las ciudades imperiales languidecían entre la quincalla de los gremios y el patriciado, Holanda, Inglaterra y Francia conquistaban los primeros puestos en el comercio mundial, establecían colonia tras colonia y llevaban la industria manufacturera a su máximo apogeo, hasta que, por último, Inglaterra, con la invención del vapor, que valorizó por fin sus yacimientos de hulla y de hierro, se colocó a la cabeza del desarrollo burgués moderno.
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El proletariado es la clase social que consigue sus medios de subsistencia exclusivamente de la venta de su trabajo, y no del rédito de algún capital; es la clase, cuyas dicha y pena, vida y muerte y toda la existencia dependen de la demanda de trabajo, es decir, de los períodos de crisis y de prosperidad de los negocios, de las fluctuaciones de una competencia desenfrenada. Dicho en pocas palabras, el proletariado, o la clase de los proletarios, es la clase trabajadora del siglo XIX.
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El primer acto del drama revolucionario desplegado en el continente europeo ha terminado. Los «poderes que fueron» antes del huracán de 1848 han recuperado su estado de «poderes que son», y los gobernantes más o menos populares por un día, los gobernadores provisionales, los triunviros y los dictadores con toda la caterva de diputados, apoderados civiles, delegados militares, prefectos, jueces, generales, jefes, oficiales y soldados han sido arrojados a la otra orilla, «exilados allende el mar», a Inglaterra o América para formar allí nuevos gobiernos «in partibus infidelium» [2], comités europeos, comités centrales, comités nacionales y anunciar su advenimiento con edictos tan solemnes como las de cualesquiera potentados menos imaginarios.
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Seguramente, habrán recibido por los periódicos europeos numerosas informaciones del extraordinario proceso de Colonia, en Prusia, contra los comunistas [1], y sus resultados. Pero como ninguna de las informaciones da ni siquiera aproximadamente una relación fidedigna de los hechos, y como estos hechos proyectan clara luz sobre los medios políticos que tienen aherrojado el continente europeo, creo necesario volver a hablar de este proceso. El Partido Comunista, o proletario, lo mismo que otros partidos, ha perdido la posibilidad de organizarse legalmente en el continente por la supresión de los derechos de asociación y reunión. Además, sus dirigentes fueron exilados de sus países. Pero ningún partido político puede existir sin organización; y si la burguesía liberal, lo mismo que la pequeña burguesía democrática, eran capaces de suplir más o menos esa organización con su posición social, sus ventajas materiales y las relaciones diarias establecidas desde hacía tiempo entre sus miembros, el proletariado, en cambio, privado de esa posición social y de medios pecuniarios, estuvo necesariamente compelido a buscar esa organización en asociaciones secretas. Por eso, tanto en Francia como en Alemania surgió multitud de sociedades secretas que, a partir de 1849, fueron siendo descubiertas, una tras otra, por la policía, y perseguidas como confabulaciones.
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Desde que hay en el mundo capitalistas y obreros, no se ha publicado un solo libro que tenga para los obreros la importancia de éste. En él se estudia científicamente, por vez primera, la relación entre el capital y el trabajo, eje en torno del cual gira todo el sistema de la moderna sociedad, y se hace con una profundidad y un rigor sólo posibles en un alemán.
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La abstención absoluta en política es imposible; todos los periódicos abstencionistas hacen también política. El quid de la cuestión consiste únicamente en cómo la hacen y qué política hacen. Por lo demás, para nosotros la abstención es imposible. El partido obrero existe ya como partido político en la mayoría de los países. Y no seremos nosotros los que lo destruyamos predicando la abstención. La experiencia de la vida actual, la opresión política a que someten a los obreros los gobiernos existentes, tanto con fines políticos como sociales, les obligan a dedicarse a la política, quiéraulo o no. Predicarles la abstención significaría arrojarlos en los brazos de la política burguesa. La abstención es completamente imposible, sobre todo después de la Comuna de París, que ha colocado la acción política del proletariado a la orden del día.
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En los números 10 y siguientes del Volksstaat [13] ha sido publicada una serie de seis artículos sobre el problema de la vivienda [14]. Estos artículos sólo merecen que se les preste atención por cuanto constituyen —abstracción hecha de algunos escritos de género seudoliterario pertenecientes a la década del cuarenta y olvidados desde hace mucho tiempo— el primer intento de trasplantar a Alemania la escuela de Proudhon. Hay en ello una regresión tan enorme en relación con todo el desarrollo del socialismo alemán, el cual hace ya veinticinco años asestó un golpe decisivo[*] precisamente a las concepciones proudhonianas, que vale la pena oponerse inmediatamente a esta tentativa.
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Bakunin, que hasta 1868 había intrigado contra la Internacional, ingresó en ella después del fracaso sufrido en Berna, en Congreso de la Paz, inmediatamente se puso a conspirar desde dentro contra el Consejo General. Bakunin tiene una teoría original, que es una mezcolanza de proudhonismo y comunismo. Por cierto, el punto básico de su proudhonismo es la idea de que el mal más grave, con el que hay que acabar, no es el capital, no es, por tanto, el antagonismo de clase que el desarrollo social crea entre los capitalistas y los obreros asalariados, sino el Estado.
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Algunos socialistas han emprendido últimamente una verdadera cruzada contra lo que ellos llaman principio de autoridad. Basta con que se les diga que este o el otro acto es autoritario para que lo condenen. Hasta tal punto se abusa de este método sumario de proceder, que no hay más remedio que examinar la cosa un poco más de cerca. Autoridad, en el sentido de que se trata, quiere decir: imposición de la voluntad de otro a la nuestra; autoridad supone, por otra parte, subordinación. Ahora bien; por muy mal que suenen estas dos palabras y por muy desagradable que sea para la parte subordinada la relación que representan, la cuestión está en saber si hay medio de prescindir de ella, si -dadas las condiciones actuales de la sociedad- podemos crear otro régimen social en el que esta autoridad no tenga ya objeto y en el que, por consiguiente, deba desaparecer.
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Para facilitar la comprensión de la siguiente Memoria, consignaremos aquí unos cuantos datos cronológicos.
El 9 de febrero de 1873, el rey Amadeo, harto ya de la corona de España, abdicó. Fue el primer rey huelguista. El 12 fue proclamada la República. Inmediatamente, estalló en las Provincias Vascongadas un nuevo levantamiento carlista.
El 10 de abril fue elegida una Asamblea Constituyente, que se reunió a comienzos de junio, y el 8 de este mes fue proclamada la República federal. El 11 se constituyó un nuevo ministerio bajo la presidencia de Pi y Margall. Al mismo tiempo, se eligió una comisión encargada de redactar el proyecto de la nueva Constitución, pero fueron excluidos de ella los republicanos extremistas, los llamados intransigentes. Cuando, el 3 de julio, se proclamó la nueva Constitución, ésta no iba tan lejos como los intransigentes pretendían en cuanto a la desmembración de España en «cantones independientes».
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Es lógico y está muy bien que toda dirección de partido busque éxitos en su trabajo. Pero hay circunstancias en las que se debe tener el valor de renunciar a los éxitos inmediatos en aras de cosas más importantes. Sobre todo un partido como el nuestro, cuyo éxito final está plenamente asegurado y cuyo crecimiento en nuestra época y ante nuestros propios ojos ha sido tan gigantesco, no necesita, siempre y en todas las condiciones, obtener éxitos inmediatos.
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Dcspués de toda revolución o contrarrevolución abortada, los emigrados que se refugian en el extranjero despliegan una activitlad febril. Se forman grupos partidarios de diversos matices, cada uno de los cuales reprocha a los otros el haber llevado el carro al tremedal y los acusa de traición y de toda clase de pecados mortales. Mientras tanto conservan estrecho contacto con la patria, organizan, conspiran, publican octavillas y periódicos, juran que va a «recomenzar» dentro de veinticuatro horas, que la victoria es segura, en previsión de lo cual distribuyen desde ya los puestos gubernamentales.
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